Uno de los días que más ilusión me hacía finalmente había llegado: tenía una cita con la Dama de Verde, el símbolo más emblemático de la ciudad de Nueva York. Después de haberla visto en miles de ocasiones por televisión y ya haberla vislumbrado desde varios miradores de la ciudad, al fin tendría ante mí la Estatua de la Libertad.
La visita a la Estatua de la Libertad fue una de las primeras reservas que realizamos antes de viajar a Nueva York. Aunque las entradas generales suelen estar disponibles, queríamos asegurarnos de conseguir un pase para el primer turno de la mañana, que comenzaba a las 8:30 h. Si no se dispone de tarjeta turística que lo incluya, se puede comprar la entrada en https://www.cityexperiences.com/new-york/city-cruises/statue. Para visitar este emblemático monumento, existen tres tipos de entrada:
1. Entrada General: Es la opción que elegimos. Incluye el viaje en ferry, acceso a Liberty Island, la visita al Museo de la Estatua de la Libertad y acceso a Ellis Island con su Museo Nacional de la Inmigración. Su precio es de 25,50$.
2. Entrada con acceso al Pedestal: Además de lo que incluye la entrada general, permite subir al pedestal de la Estatua de la Libertad. Se puede subir en ascensor o subiendo 215 escalones. Su precio es de 25,80$ y se recomienda reservar con antelación.
3. Entrada con acceso a la Corona: Es la opción más completa, ya que incluye todo lo de la entrada con acceso al pedestal, pero además permite subir a la corona de la Estatua de la Libertad. Sin embargo, hay restricciones: el acceso está limitado a menores que midan menos de 107 cm, solo se puede subir por una estrecha escalera de 162 escalones desde el pedestal, y únicamente se permite entrar con teléfonos móviles y cámaras fotográficas. Si necesitas dejar alguna pertenencia hay taquillas por 0,25$. La visita a la corona está limitada a 10 minutos, y es necesario recoger previamente la pulsera de acceso en Castle Clinton, ubicado en Battery Park, si se embarca desde Manhattan o en Liberty State Park si se parte desde Jersey. El precio también es de 25,80$, pero estas entradas son muy demandadas y suelen agotarse con varios meses de antelación.
Tomamos la línea 1 del metro que nos llevó desde Times Square hasta South Ferry, en Battery Park. Una vez allí, las señales, claramente indicadas, nos guiaron hasta la estación donde se toma el ferry hacia Liberty Island. Antes de embarcar, pasamos por un control de seguridad similar al de un aeropuerto, por lo que es importante prestar atención a lo que llevas contigo. De hecho, presenciamos una escena curiosa: un agente de seguridad confiscó una plancha de ropa, no se si es que alguien quería quitarle las arrugas a la túnica de Lady Liberty. Tras el oportuno control, aguardamos en la cola para subir al ferry. Sin embargo, no parecía que estuvieran estrictamente controlando los turnos, ya que el ferry de las 8:30 partió sin nosotros, completamente lleno. Finalmente, subimos en el siguiente, lo que me hace pensar que a lo largo del día las esperas pueden volverse mucho más largas debido a una mezcla de personas rezagadas, adelantadas a su horario y las que, siendo puntuales, no logran subir en su turno.
Una vez a bordo del ferry, la gente se movía rápidamente en busca del mejor lugar para disfrutar de las vistas más privilegiadas durante el trayecto. Como habíamos quedado cerca de la parte delantera de la cola tras la partida del ferry anterior, logramos asegurarnos un sitio en la parte superior. Aunque el trayecto hacia Liberty Island es breve, por precaución tomé una biodramina al ver el constante vaivén del barco mientras esperábamos en el muelle. A medida que nos alejábamos de Manhattan, las vistas del Downtown y Brooklyn se volvían cada vez más espectaculares. Al otro lado, la Estatua de la Libertad nos daba la bienvenida, al igual que lo ha hecho con millones de inmigrantes y visitantes desde su inauguración.
Y al fin pisábamos Liberty Island. Originalmente conocida como Bedloe's Island, es un lugar profundamente ligado a la historia de los Estados Unidos. A lo largo de los años, la isla fue utilizada con diversos propósitos, como puerto de entrada para inmigrantes a Nueva York y como base para fortificaciones militares. En 1886, se transformó en el hogar de la Estatua de la Libertad. Desde la isla pudimos contemplar el skyline de Manhattan y Brooklyn sin la aglomeración que teníamos anteriormente en el ferry.
Paseamos tranquilamente bordeando por completo la isla mientras íbamos admirando desde todas las perspectivas posibles a la Estatua de la Libertad. inaugurada el 28 de octubre de 1886, es mucho más que un monumento: es un poderoso símbolo de libertad y democracia. Fue un regalo de Francia a los Estados Unidos para conmemorar el centenario de la independencia estadounidense y celebrar los valores compartidos de ambas naciones. El escultor Frédéric Auguste Bartholdi diseñó la estatua, mientras que Gustave Eiffel, famoso por la torre que lleva su nombre, creó su innovadora estructura interna de hierro.
La construcción de la estatua fue un esfuerzo conjunto entre ambos países. Francia se encargó de fabricar y ensamblar la estatua, mientras que los estadounidenses construyeron el pedestal, financiado en gran parte mediante donaciones. Con 46 metros de altura desde los pies hasta la antorcha, y un total de 93 metros contando el pedestal, la Estatua de la Libertad representó un faro de esperanza para los millones de inmigrantes que llegaban a Nueva York en busca de un futuro mejor. Su antorcha, cubierta con láminas de oro, simboliza la luz y guía hacia la libertad. La tablilla que sostiene en su mano izquierda está inscrita con la fecha de la independencia de los Estados Unidos, el 4 de julio de 1776. Cabe destacar que su característico color verde no era el original; la estatua está hecha de cobre, y con el tiempo, debido a la oxidación natural del metal, adquirió este color.
Después de hacer una breve parada en la tienda de recuerdos de Liberty Island y comprar algunos detalles, dejamos atrás la isla con rumbo a Ellis Island. Sin embargo, ¿acaso no se nos olvidaba algo importante? ¡Sí! Habíamos pasado por alto la visita al museo. ¿Qué nos perdimos? En su interior, se encuentran galerías inmersivas y exhibiciones que relatan la construcción y la historia de la Estatua de la Libertad, con más de 500 fotografías y detalles técnicos sobre su edificación. Lo más destacado de la colección es la antorcha original, que fue reemplazada en 1986. Como curiosidad, hasta 1916 era posible subir hasta la antorcha, pero debido a razones de seguridad, ese acceso fue cerrado.
Ellis Island es una visita que mucha gente considera prescindible, pero el ferry de vuelta para sí o sí aquí. Nosotros optamos por visitar tranquilamente el Museo Nacional de la Inmigración donde aprendimos muchas cosas que desconocíamos totalmente de la historia de Nueva York. Ellis Island fue el punto de entrada para más de 12 millones de inmigrantes, que, tras un largo viaje, pasaban por una serie de exámenes médicos y entrevistas antes de poder entrar en los Estados Unidos. El museo se encuentra en el antiguo edificio que era conocido como el Centro de Procesamiento de Inmigrantes. Fue aquí donde la mayoría de los inmigrantes llegaron, siendo sometidos a pruebas de salud, entrevistas y verificación de documentación antes de recibir la aprobación para entrar al país. En su interior hay exposiciones permanentes e interactivas que detallan las experiencias de los inmigrantes, desde su llegada hasta su integración en la sociedad estadounidense. Las exhibiciones incluyen objetos personales, fotografías, relatos de inmigrantes, y una colección de documentos históricos que ayudan a ilustrar los desafíos y sueños de aquellos que cruzaron el océano en busca de una vida mejor.
Por las horas que eran, decidimos comer en la cafetería de Ellis Island. Los precios eran razonables y los tres comimos por 37$. El menú no era nada excepcional: fish & chips, hamburguesas, entre otros. Después de la comida, abordamos nuevamente el ferry para regresar a Manhattan. Desde allí, tomamos la línea 1 del metro y volvimos al hotel, donde aprovechamos para descansar un poco, especialmente por el peque, para recargar energías de cara al gran evento que nos esperaba más tarde.
Nueva York es el lugar perfecto para disfrutar de cualquier evento deportivo, gracias al espectáculo que siempre acompaña a cada uno de ellos. Según la época del año en la que viajes, podrás optar por diferentes deportes. Por ejemplo, los partidos de baloncesto de la NBA y los de hockey sobre hielo de la NHL se celebran de octubre a abril. Los encuentros de fútbol americano de la NFL tienen lugar entre septiembre y enero, mientras que los juegos de béisbol de la MLB se disputan entre abril y octubre. Por último, los partidos de soccer (o fútbol) se juegan de marzo a octubre. En cada una de estas disciplinas, Nueva York cuenta con equipos de primer nivel. Y si eres fan del tenis, el US Open, uno de los torneos más importantes del mundo, se celebra anualmente en Nueva York a finales de agosto y principios de septiembre.
De todos estos deportes, lo que más ilusión nos hacía era asistir a un partido de la NBA. Aunque la temporada regular comenzaba el 22 de octubre, las dos semanas previas se disputaba la pretemporada, lo que nos permitió planificar nuestra visita revisando el calendario y asegurando nuestras entradas tan pronto como salieron a la venta por la web de ticketmaster.com (es importante acceder a la versión estadounidense, ya que desde Ticketmaster España no es posible realizar la compra). Nueva York cuenta con dos equipos en la NBA: los New York Knicks y los Brooklyn Nets. Si bien las entradas para los Nets suelen ser más económicas, decidimos apostar por los Knicks para vivir la experiencia en uno de los mejores estadios del mundo: el Madison Square Garden. Y sí, los precios de las entradas son muy caros.
Nuestro partido comenzaba a las 18 h. Íbamos a presenciar el enfrentamiento entre los New York Knicks y los Minnesota Timberwolves, dos equipos de la NBA. Llegamos al Madison Square Garden unos 45 minutos antes del inicio, y por suerte, como el estadio estaba cerca de nuestro hotel, pudimos llevar a nuestro pequeño sin el carrito. Los accesos son bastante sencillos; solo hay que estar atento a los indicadores para salir por el vomitorio correspondiente y llegar rápidamente a tu asiento.
Y aquí vino nuestra primera sorpresa: las butacas. Acostumbrados a las sillas incómodas de los estadios de fútbol en España, estas eran una auténtica maravilla, más parecidas a las de un cine que a las de un estadio. Nuestro asiento estaba en la primera fila del segundo anillo, justo al lado de un pasillo, lo que nos ofrecía más comodidad para tener a nuestro pequeño trotamundos entre las piernas (ya que los menores de 2 años no pagan entrada, pero deben ir en el regazo de un adulto). Además, esta ubicación nos permitía salir con facilidad en caso de que se cansara. También, en este anillo las entradas son más económicas.
Otra sorpresa fueron las pantallas: en la primera fila había una pantalla para cada par de asientos, donde se transmitía el partido. Aunque no las utilizamos mucho, era un buen recurso. Además, en el estadio había pantallones gigantes que mostraban el partido en vivo, repeticiones y detalles del juego. El Madison Square Garden, con capacidad para 20,000 espectadores, lucía increíblemente moderno, gracias a la reforma realizada entre 2011 y 2013, con una inversión de 1.000 millones de dólares. Dentro del estadio también se puede comprar merchandising y algo de comida rápida como perritos calientes que fue lo que cenamos.
Y llegó el momento del espectáculo. El himno de los Estados Unidos sonaba en boca de Chloe Hogan, finalista del popular programa The Voice. Las animadoras hicieron su aparición a continuación, animando a un estadio completamente lleno, y el partido comenzó. Lo que me sorprendió fue que la música no paró en ningún momento a través de la megafonía, e incluso se utilizaba para alentar a la grada. Si yo fuera jugador profesional, tendría dificultades para concentrarme. En cada tiempo muerto y al final de cada cuarto, el espectáculo era impresionante: animadoras bailando, vídeos con celebridades presentes en el estadio, lanzamiento de camisetas a la grada… Nos divertimos muchísimo durante los cuatro cuartos del partido. Incluso nuestro pequeño parecía un auténtico forofo de los Knicks, aunque se le hizo un poco pesado el último tramo del encuentro. Sin duda, una experiencia inolvidable que, si uno se lo puede permitir, hay que vivir.
Y con esto finalizábamos este maravilloso día, con dos experiencias totalmente inolvidables.
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